«El que puede tener paciencia puede tener lo que quiera» Benjamín Franklin
Esta puede ser una buena definición del término «paciencia»: «Capacidad de sufrir y tolerar desgracias y adversidades o cosas molestas u ofensivas, con fortaleza, sin quejarse ni rebelarse».
Siempre hemos escuchado y leído que la paciencia es la virtud del hombre y frases del estilo, de la mano de escritores, filósofos, pensadores, etc. Todos reconocemos que es una asignatura pendiente y que cuando conseguimos tenerla en alguna situación determinada, nos hace sentir que controlamos nuestros impulsos y, por tanto, parte de nuestra vida y que cuando no la tenemos y adoptamos posturas de tipo reactivo, nos quejamos a nosotros mismos, por no haberla tenido y en el fondo nos invade una sensación de decepción personal.
Si esto nos ocurre en la vida, en el fútbol no iba a ser menos… yo me atrevería a decir incluso que mucho más, debido a varios factores, todos de tipo emocional, que confluyen en torno a este bendito deporte y a lo que vivimos en él.
Podría nombrar muchas situaciones y pongo como ejemplos, algunas de ellas: Una suplencia, una lesión, una jugada desgraciada, un mal partido, una oferta de otro club, un desencuentro con un compañero, una crítica a nuestro juego, desacuerdos con el míster… Todas ellas nos pueden conducir a la impaciencia claramente, en mayor o menor medida, dependiendo de varios factores: nuestro perfil psicológico, nuestro entorno más cercano, nuestra cultura, etc.
Si a estas circunstancias sumamos que todos queremos tener una carrera meteórica en el fútbol, ya sea desde el jugador en primera persona o desde el deseo de los padres, que en algunos casos es mayor que la del propio jugador, aunque sea pensando en él y por su felicidad.
Si añadimos que tenemos la insana costumbre de andar comparando permanentemente nuestro juego o a nuestro hijo con el resto de compañeros o de competidores y por último, que al ser grandes consumidores de fútbol profesional en todos los soportes (televisión, redes sociales, prensa escrita) con el daño que de manera involuntaria genera en los jóvenes futbolistas, pensamos casi desde la frustración que porqué nuestra carrera no evoluciona como la de nuestro ídolo, tenemos un escenario perfecto para estar en un permanente estado de impaciencia, que nos perjudica como jugadores, en el rendimiento deportivo en el campo y en la toma de decisiones fuera de él y como padres, en la responsabilidad de educar a nuestros hijos en valores.
Vivimos en la era digital y eso conlleva que todo se consiga al instante a golpe de click. Estamos acostumbrados como adultos a que nuestra vida sea rápida, para lo bueno y para lo malo y nuestros hijos están siendo presa de una deficiente capacidad de adaptación a las situaciones poco agradables, con la consiguiente falta de tolerancia a la frustración.
Vuelvo al principio del post, en el que decía que todos sabemos que hay que hacer, pero no lo ponemos en práctica. Sirva esta reflexión, como mínimo para reconocer que, si entrenamos la gestión de la paciencia, tomaremos mejores decisiones, seremos más felices y a la vez, haremos felices a los que más queremos.